viernes, 9 de agosto de 2013

"Enamorarse" a los cuarenta (o casi). Crónica de una fractura.




El 13 de abril, entrenando para el Trail de Peñalara de 80 km, me senté en el mirador de las Canchas y con la Maliciosa delante como testigo, me prometí dejar de correr por montaña, de preparar carreras, de usar un cronómetro ni nada que se le pareciese. Estaba dejando de tener sentido el hecho de ponerme un dorsal. Me llevó más de quince minutos de lágrimas y silencio el hacerme consciente de todo eso. Era muy temprano y no había nadie a mi alrededor. Sentía un agotamiento mental que nunca antes había experimentado. Cuando volví al parking de la Barranca encontré a una corredora que subía con su perro. “Qué madrugadora” me dijo sonriendo,  “ánimo”.  Esto hizo que desapareciera en parte la desmotivación que tenía en ese momento hacia el trail running. Pensé “no hay que ser tan drástica, medita y decide en frío después de hablarlo con alguien”.


 Lo cierto es que los entrenamientos reglados y exigentes que estaba haciendo para la carrera empezaban a ser incompatibles con mi vida de profesora, estudiante de doctorado, madre y directora de coro. Desafortunadamente, y cuando ya mi mente había aceptado hasta el fondo el desafío de Peñalara, la suerte decidió por mí y el 26 de mayo me rompí el maleolo del peroné entrenando en La Pedriza. Ya no tenía que tomar ninguna decisión, al menos de momento. Fin de la función y adiós Trail de Peñalara, Madrid-Segovia y resto de proyectos durante unos cuantos meses.

Pasé diez días inmovilizada con una férula hasta que me escayolaron y me dejaron moverme un poco más, lamentándome y preguntándome por qué me había pasado esto a mí.
La retirada forzosa te deja mucho tiempo para pensar y eso casi siempre es bueno. Mirando hacia atrás en el tiempo he analizado como ha sido el proceso que me ha llevado hasta aquí. No he hecho deporte en mi vida hasta después de nacer mi segundo hijo. Siete años más tarde, entre cervezas y risas, unos cuantos decidimos hacer la San Silvestre vallecana (típica iniciación).  Por aquel entonces solo hacía asfalto y más asfalto. Meses después un amigo me cambiaba la vida (tal cual lo digo) animándome y acompañándome a entrenar una tarde por Abantos.

Todavía hoy mi mente utiliza esa sensación de infinita libertad del primer entrenamiento en la montaña como amuleto para cuando las fuerzas flaquean y pesan los kilómetros.


Sin buscarlo expresamente, las salidas semanales al campo han ido infiltrándose en mi cotidianeidad hasta no poder prescindir de ellas. Los caminos, los árboles y los riscos de Guadarrama se me han hecho tan necesarios como el aire y no me he dado cuenta hasta que he tenido que pasar muchas semanas alejada de ellos. Cuando me he querido dar cuenta, ese bendito veneno estaba ya tan dentro que era imposible deshacerse de él.
La montaña y el trail me han posibilitado conocer a personas con una capacidad de lucha y sacrificio que yo desconocía, demostrándome que este deporte es bueno para el corazón en todos los sentidos.

A los tres días de quitarme la escayola vi que podía conducir y subí sola a la Barranca a sentarme en la fuente de Mingo (a un ritmo extremadamente lento, lo máximo que me permitía mi maltrecho tobillo), para recuperar parte de las sensaciones que la lejanía me había quitado. Era como volver a casa. El paseo a cámara lenta te proporciona impresiones diferentes a las que tienes cuando vas entrenando. Una de las cosas que he aprendido es que es muy hermoso caminar y observar, sentir la montaña, no sólo usarla como pista de atletismo, sentarse como parte del paisaje y dejar que sea la naturaleza quien te invada, invirtiendo la fórmula habitual.

Nos hemos encontrado de manera tardía la montaña y yo en una relación que se ha vuelto inconmovible.  A causa de la fractura he escuchado muchos comentarios. Hay quien te dice “estaba claro que te ibas a romper algo, tú nunca has hecho deporte” o “desde que te ha dado por esto del trail…” A mi no “me ha dado”. Yo reivindico el derecho a apasionarse por lo que sea, aunque solo te queden tres minutos de vida. Las pasiones no son menos auténticas por ser más tardías. Con la debida prudencia y preparación, los límites están donde nosotros los ponemos.

Ahora, a menos de un mes de poder corretear de nuevo por el monte, recorro en bicicleta los caminos y calas de Cádiz, viendo como una fractura que en principio me parecía un abismo va quedando poco a poco atrás, sin secuelas, salvo el miedo, que imagino irá desapareciendo a medida que vuelva a la sierra. ¿Qué son tres o cuatro meses de parón en el cómputo de toda una vida?

El día 29 de junio fui a la meta del TP 80K con mi silla de ruedas y mi pierna en alto, a animar a quienes hubieran sido mis compañeros de viaje. Allí saludé al gran Luis Alonso Marcos, que volvía a casa después de hacer historia ganando la carrera que le faltaba para completar la triple corona. 

Felicité a Jorge que por fin veía recompensado su esfuerzo de años, y a Juan, cuya fortaleza nunca dejará de asombrarme. Me convencí de que si de verdad me merece la pena ponerme un dorsal no es por el simple hecho de cruzar la meta, a título individual, sino por sumar tus sueños y tus esfuerzos a la de otros compañeros corredores, por todos los meses de trabajo que hay detrás y por la lucha que haces contigo mismo para convencerte de que puedes lograr tu reto, un reto que está en gran parte, al menos en mi caso, en el camino compartido que vas haciendo.



Gracias a todos los que de una manera u otra me han transmitido sus ánimos y su energía positiva, especialmente a mis queridos compañeros del KBG, que me han  apoyado incondicionalmente todo este tiempo.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Alexei Bolotov ha muerto





Así de simple suena decirlo. Una arista afilada desgarró la cuerda que lo ataba a la vida. Su amigo y compañero de expedición, Denis Urubko recogía su cuerpo al día siguiente. En Ekaterinburgo lo esperará su mujer, aquella que nos hizo sonreír a todos los que estábamos un día de noviembre en la Sala Matadero de Madrid, viendo "Pura Vida". Llorosa, se quejaba de lo peligroso que era el alpinismo y del miedo que sentía cada vez que él se marchaba. Cuando volvamos a ver la película, esas palabras nunca más tendrán el mismo sentido, nunca volverán a provocar otra sonrisa.
Sé que todos los que practican este deporte asumen de un modo distinto al resto el hecho de la muerte. Nosotros queremos pensar que los accidentes les pasan a los "turistas" que nunca debieron ir allí, que a ellos, a los expertos, no les pasan estas cosas. Pero no es así. La realidad nos muestra lo contrario y en el fondo no podemos evitar pensar que estas muertes son absurdas.

La montaña es uno de los lugares donde más cosas puedes aprender. Cosas que nadie te puede enseñar. Una vez arriba contemplas el tiempo de otra forma. Ordenas tu vida y tu espíritu. No hay nada semejante.Son un regalo para quienes se miden con ellas. Una vez que has sentido esto, no podrás deshacerte de su hechizo.
Pienso en las familias de todos los que han dejado allí su vida. Desde su óptica, la de la gente que les quiere, nos hemos de plantear si en la balanza pesa más la vida plena, arriesgada e incomparablemente bella que viven o el dolor de los que se quedan añorándoles para siempre. Seguramente, si estuviera en su lugar, tendría la respuesta.

D.E.P.