El 13 de abril, entrenando para el Trail de Peñalara de
Lo cierto es que los entrenamientos reglados y exigentes que estaba haciendo para la carrera empezaban a ser incompatibles con mi vida de profesora, estudiante de doctorado, madre y directora de coro. Desafortunadamente, y cuando ya mi mente había aceptado hasta el fondo el desafío de Peñalara, la suerte decidió por mí y el 26 de mayo me rompí el maleolo del peroné entrenando en La Pedriza. Ya no tenía que tomar ninguna decisión, al menos de momento. Fin de la función y adiós Trail de Peñalara, Madrid-Segovia y resto de proyectos durante unos cuantos meses.
Pasé diez días inmovilizada con una férula hasta que me
escayolaron y me dejaron moverme un poco más, lamentándome y preguntándome por
qué me había pasado esto a mí.
La retirada forzosa te deja mucho tiempo para pensar y eso
casi siempre es bueno. Mirando hacia atrás en el tiempo he analizado como ha
sido el proceso que me ha llevado hasta aquí. No he hecho deporte en mi vida
hasta después de nacer mi segundo hijo. Siete años más tarde, entre cervezas y
risas, unos cuantos decidimos hacer la San Silvestre vallecana (típica
iniciación). Por aquel entonces solo
hacía asfalto y más asfalto. Meses después un amigo me cambiaba la vida (tal
cual lo digo) animándome y acompañándome a entrenar una tarde por Abantos.
Todavía hoy mi mente utiliza esa sensación de infinita libertad del primer entrenamiento en la montaña como amuleto para cuando las fuerzas flaquean y pesan los kilómetros.
Todavía hoy mi mente utiliza esa sensación de infinita libertad del primer entrenamiento en la montaña como amuleto para cuando las fuerzas flaquean y pesan los kilómetros.
Sin buscarlo expresamente, las salidas semanales al campo
han ido infiltrándose en mi cotidianeidad hasta no poder prescindir de ellas.
Los caminos, los árboles y los riscos de Guadarrama se me han hecho tan
necesarios como el aire y no me he dado cuenta hasta que he tenido que pasar
muchas semanas alejada de ellos. Cuando me he querido dar cuenta, ese bendito
veneno estaba ya tan dentro que era imposible deshacerse de él.
La montaña y el trail me han posibilitado conocer a personas
con una capacidad de lucha y sacrificio que yo desconocía, demostrándome que
este deporte es bueno para el corazón en todos los sentidos.
A los tres días de quitarme la escayola vi que podía
conducir y subí sola a la Barranca a sentarme en la fuente de Mingo (a un ritmo
extremadamente lento, lo máximo que me permitía mi maltrecho tobillo), para
recuperar parte de las sensaciones que la lejanía me había quitado. Era como
volver a casa. El paseo a cámara lenta te proporciona impresiones diferentes a
las que tienes cuando vas entrenando. Una de las cosas que he aprendido es que es
muy hermoso caminar y observar, sentir la montaña, no sólo usarla como pista de
atletismo, sentarse como parte del paisaje y dejar que sea la naturaleza quien
te invada, invirtiendo la fórmula habitual.
Nos hemos encontrado de manera tardía la montaña y yo en una
relación que se ha vuelto inconmovible. A
causa de la fractura he escuchado muchos comentarios. Hay quien te dice “estaba
claro que te ibas a romper algo, tú nunca has hecho deporte” o “desde que te
ha dado por esto del trail…” A mi no “me ha dado”. Yo reivindico el derecho
a apasionarse por lo que sea, aunque solo te queden tres minutos de vida. Las
pasiones no son menos auténticas por ser más tardías. Con la debida prudencia y
preparación, los límites están donde nosotros los ponemos.
Ahora, a menos de un mes de poder corretear de nuevo por el
monte, recorro en bicicleta los caminos y calas de Cádiz, viendo como una
fractura que en principio me parecía un abismo va quedando poco a poco atrás,
sin secuelas, salvo el miedo, que imagino irá desapareciendo a medida que
vuelva a la sierra. ¿Qué son tres o cuatro meses de parón en el cómputo de toda
una vida?
El día 29 de junio fui a la meta del TP 80K con mi silla de
ruedas y mi pierna en alto, a animar a quienes hubieran sido mis compañeros de
viaje. Allí saludé al gran Luis Alonso Marcos, que volvía a casa después de
hacer historia ganando la carrera que le faltaba para completar la triple
corona.
Felicité a Jorge que por fin veía recompensado su esfuerzo de años, y a
Juan, cuya fortaleza nunca dejará de asombrarme. Me convencí de que si de
verdad me merece la pena ponerme un dorsal no es por el simple hecho de cruzar
la meta, a título individual, sino por sumar tus sueños y tus esfuerzos a la de
otros compañeros corredores, por todos los meses de trabajo que hay detrás y
por la lucha que haces contigo mismo para convencerte de que puedes lograr tu
reto, un reto que está en gran parte, al menos en mi caso, en el camino compartido
que vas haciendo.
Gracias a todos los que de una manera u otra me han transmitido
sus ánimos y su energía positiva, especialmente a mis queridos compañeros del KBG,
que me han apoyado incondicionalmente
todo este tiempo.