"Las montañas no son más que el reflejo de nuestro espíritu"
Acabo de terminar este relato de un grande: Walter Bonatti. Si hay algo que puedo decir con seguridad de este libro es que es una lección: detrás de las hazañas de alpinismo extremo que narra, encontramos un personaje íntegro, que lucha por elegir su propio camino, un aventurero de verdad, ahora que abunda lo falso y lo comercial.
A lo largo de sus páginas nos introducimos en un mundo vertical, de hielo, tormentas, vivacs imposibles en un saliente de roca, avalanchas que pasan rozando la vida y te hacen plantearte lo pequeño y lo grande que es el hombre ante una cima.
Estremecedor es el relato de la tragedia del Pilar Central del Frêney. Cuando vuelve a aquel lugar, tiempo después, encuentra unos clavos: los puso él aquel día fatídico de 1961. Justo ahí empezó a morir uno de sus compañeros. Se agarra a las mismas cornisas donde ellos trataron de aguantar con sus últimas fuerzas, tratando de que la emoción no lo traicione y pueda mantener la cabeza fría. Esos objetos se convierten de repente en reliquias, tesoros que nos acercan a los que ya no están aquí: un clavo de hielo en una pared, a kilómetros de la civilización, en medio de la nada. Qué cosa más simple y más cargada de sentido.
El relato más humano de todos, aquel en el que el hombre toma conciencia de su dimensión, es en mi opinión, el de la subida invernal a la norte del Cervino en solitario. Al adentrarse en la montaña, al afrontar aquella vía inexplorada hasta ese momento, solo quedan de la civilización las pequeñas señales luminosas que un amigo le hace cada noche desde lejos. En la soledad aterradora de la noche y el hielo habla en voz alta con Zizì, el osito de trapo que la hija de un amigo le ha dado como mascota y que lleva colgado en la mochila.
"Sé que me estoy moviendo en los límites de lo posible, soy consciente de encontrarme tan fuera del mundo que si pienso en algo vivo, en la normalidad, me embarga la emoción"
Bonatti lanza una bengala blanca y otra verde para indicar que todo va bien. La roja la lleva en la mochila por si decide retirarse. Enseguida se da cuenta de que no va a utilizarla y se deshace de ella. Ya no hay vuelta atrás. Está sólo, con la montaña. En esa bengala roja que cae al vacío sin haber sido utilizada van todas las cosas del mundo que no nos sirven. Seguramente cada uno de nosotros tengamos muchas bengalas rojas que tirar.
Cuando alcanza la cruz metálica de la cumbre, extenuado, asistimos al momento culminante del libro. Ahí se hace verdad algo que cuenta más adelante el mismo Bonatti, al hablar del alpinismo con medios técnicos: "no debemos olvidar que las grandes montañas tienen el valor del hombre que se mide con ellas. Si no, permanecen como estériles montones de piedras".
Leemos estos relatos con fascinación y envidia sana. Pocos de nosotros podríamos o querríamos realmente permitirnos emular a Bonatti, a Herzog, a Kukuczka, con todo lo que implicaría. Cada uno tenemos nuestro particular Annapurna, a veces tan válido como el de ellos. Pero acercarse a estas hazañas a través de la literatura nos hace tener otra perspectiva de la vida: no sólo alimentan nuestros sueños, también nuestro coraje, nuestra fortaleza, y sobre todo, la intención de no rendirse nunca.