Entrenamiento:
Poco. Estaba con cierto reposo desde los 100 km de la Madrid-Segovia en septiembre y en periodo de rehabilitación de los metatarsianos que al final me cobraron su peaje.
Expectativas:
Disfrutar de una ciudad que no conocía. Acabar sin dolor (sin mucho dolor). Hacer un tiempo similar o mejor al de la última y única vez que he corrido esta distancia.
En la línea de salida luce el sol. Nos habían pronosticado lluvia y la noche anterior cayó una tormenta de cuidado. Así que estamos todos realmente contentos de librarnos de acabar como sopas.
Traca inicial en la salida: no podía ser de otro modo estando en Valencia.
Empiezo, como siempre, muy conservadora, pero empiezo a notar molestias musculares enseguida. Parece que a los diez kilómetros, en caliente, la cosa mejora y mi optimismo crece. Crece hasta que miro el reloj y constato, una vez más, que cada día soy más lenta.
Observo a la gente que me rodea. Cada uno corre con un estilo distinto, algunos no tienen "pinta" de poder acabar un maratón. Si de algo te sirven estas carreras es para echar por tierra multitud de prejuicios: gente con sobrepeso, con pisada asimétrica, personas que parecen arrastrarse desde el primer kilómetro... muchos terminan porque han decidido acabar. A lo largo de esos cuarenta y dos kilómetros se concentra una cantidad infinita de fuerza de voluntad, de espíritu de superación y de fe en uno mismo, más allá de lo externo, de lo superficial.
El primer individuo que tuvo la idea de poner a un corredor popular su nombre de pila en el dorsal no sabía (o sí) lo que estaba haciendo por nosotros. Oír durante cuatro horas y media tu nombre, junto con palabras de ánimo, cada vez que estás a punto de desfallecer, te da una energía suplementaria que no logra ningún gel de hidratos. Lo cierto es que llego bastante entera al km 21 y pienso: bueno, ya solo queda otro tanto. A partir de ahí y hasta el km 27, hay una recta interminable que se recorre primero en un sentido y luego en otro, aburridísima, sin apenas público. En ese momento me da un bajón anímico y llega el pensamiento fatal "¿por qué no me voy a mi casa?".
Un poco más adelante pasamos por un túnel subterráneo. Hay música tecno a todo volumen, adapto mi ritmo de carrera al pulso de la música durante unos minutos, parece que pasa la nube y puedo continuar. En el 30 ya noto bastante dolor en la planta del pie derecho, pero me convenzo a mi misma pensando que es normal que te duela algo cuando llevas tantos kilómetros encima. En el 37 paso bajo una cortina de agua. Mucha gente camina ya. Hay un chico en el suelo con un calambre gemelar, al que intentan ayudar sus compañeros. Su gesto de dolor lo dice todo.
De repente subo el ritmo. Veo que estoy a punto de acabar y me da la sensación de ir sola, por lo estirado que va el pelotón. Estoy en un momento de sufrimiento extremo, literalmente a punto de llorar de agotamiento y dolor, pero el kilómetro final está lleno de público que repite tu nombre. Sabes que en cuestión de minutos todo habrá terminado.
Un corredor de cierta edad cae desplomado al suelo y en seguida la gente acude en su ayuda.
En la última curva, a trescientos metros de la meta, veo a mi marido y a mis hijos que me animan. Me emociono mucho, y más aún cuando piso la alfombra azul de la recta final, una plataforma sobre el agua que te hace sentir que flotas y vuelas, todo al mismo tiempo.
Al cruzar la meta me quedo clavada, casi sin poder caminar, tratando de hacer avanzar a mi cuerpo hacia el avituallamiento. Tu cabeza da órdenes pero nada obedece. Apenas puedo mover el pie derecho. Parece que llevo ahí algo que no es mío, aunque duele y me hace cojear levemente. Viendo tanta gente tirada en el suelo, todavía me siento afortunada. Menos mal que el hotel está al lado, pienso.
Varias cosas he aprendido esta vez:
- Esta prueba requiere una fortaleza mental enorme. A diferencia de la montaña, que te alimenta a cada paso, el asfalto lo destruye todo y te da muy poco.
- Para mejorar, por poco que sea, hay que trabajar, o sea, entrenar. Y de manera muy global: cada parte del cuerpo cuenta.
- Casi cualquiera puede acabar un maratón. Ni siquiera te hace falta estar en una forma increíble, tener buenos genes o entrenar setenta kilómetros por semana: "sólo" te hace falta un buen motivo, un excelente motivo que puedas repetirte durante cuatro o cinco horas seguidas.
Genial tu relato Katia.
ResponderEliminarGracias por compartirlo
Un beso
(PD. soy Emilio....)
!Emilio, un abrazo y gracias!
EliminarGenial!!!!
ResponderEliminarGracias Mona.
EliminarMe ha gustado la crónica y especialmente las conclusiones, los tres aprendizajes,llegar a esas conclusiones bien merece una maratón
ResponderEliminarGracias Alex
EliminarEs que para mi la larga distancia es otra forma de aprendizaje, ¿no?