Cuando me inscribí en esta carrera, lo hice con las dudas de quien no ha hecho nunca cien kilómetros. El objetivo no podía ser otro que llegar. La misma mañana de la carrera se empezaron a cruzar en mi cabeza todo tipo de inseguridades: ¿por qué me he apuntado? Esto es una locura. No voy a poder. En la línea de meta había caras de preocupación. Hablas con amigos que ya han pasado esa experiencia. Te cuentan que hay que dosificarse, alimentarse a conciencia, subir andando-bajar trotando, usar la cabeza... Que cuando llegas a meta lo único que quieres es que alguien te felicite y te abrace.
Los primeros treinta kilómetros se pasan bien. Todavía no aprieta el calor. Los nervios iniciales han pasado: hay que ser muy precavido para no lanzarse y reservar energía para los momentos más duros. Vamos en grupo, hablando y compartiendo nuestras sensaciones. A medida que la carrera avanza los silencios son más largos. Cada uno se concentra en su propio caminar, aunque nos esforzamos por no parecer barcos a la deriva; en estos momentos, cuando animas a quien va a tu lado, en el fondo no dejas de animarte a tí mismo.
Al recordar ahora retrospectivamente todo el recorrido, me vienen multitud de detalles: las niñas con la camiseta del Tierra Trágame, desgañitándose para animarme cada vez que las vi en varios puntos de la carrera, el señor de más de sesenta años que había hecho veinte carreras de cien kilómetros, junto al que caminé un buen rato, los voluntarios, amables y cercanos en todo momento, el calor del mediodía, que fue lo único que me hizo dudar por un momento de mis posibilidades de acabar, la puesta de sol preciosa, desde lo alto, viendo la civilización a lo lejos y las dos torres bajo las cuales habíamos comenzado a correr hacía ya muchas horas...
En una carrera de más de cuarenta kilómetros, cuyo resultado para un corredor popular escapa a lo predecible por la cantidad de factores que entran en juego, hay un momento en el que sabes que vas a llegar. Es una certeza que va más allá del simple "deseo" de llegar que tienes en el arco de salida. Este cambio que se opera en la mente, desde el "ojalá acabe la carrera" hasta el "sé que voy a acabar", a mi me sucedió en el kilómetro cincuenta y cuatro. Esta certidumbre me hizo olvidar durante muchos minutos, que cuando has decidido ser equipo, lo más importante es evaluar el sufrimiento de quienes te acompañan y actuar en consecuencia. Pensar que parar no es una derrota, sino una concesión momentánea, porque como bien decía el lema del maratón de Nueva York "the race ends, the road never does". En cualquier caso, ahora ya no podemos pensar en otra cosa más que en lo sucedido. No se puede dar marcha atrás al tiempo, pero tengo claro que si algo desvirtúa la sensación de plenitud que me puede haber dejado esta carrera es la constatación del dolor ajeno y la posibilidad de que ese dolor no compense la victoria.
Cuando te quedan veinticinco kilómetros para la meta, ya da todo igual. Tu cuerpo se mueve como el de un autómata y se acostumbra al dolor de cada paso. Sólo funcionan los mecanismos mentales rutinarios: contar, canturrear. Desaparece cualquier pensamiento creativo, cualquier posibilidad de inspiración. Bajando desde la Fuenfría pedí a mi cuerpo un último esfuerzo para trotar, para "dejarme caer" hasta la Cruz de la Gallega. Al menos ahí ya vería las luces de Segovia, pero sentí que el trote que podía acometer era poco efectivo en cuanto a ganancia de tiempo y costoso muscularmente: en resumen, no resultaba rentable. Dos corredores que habían parado conmigo en el alto del puerto me pasaron corriendo. Doscientos metros antes del siguiente avituallamiento estaban desfondados y volvieron a andar. Les dejé atrás de nuevo. Ahí me di cuenta de que da igual correr o andar: hay que AVANZAR SIN PAUSA Es la clave para llegar.
Poco después el cansancio hacía que se me cerrasen los ojos y decidí tomarme un gel con cafeína para no dormirme de pie. Oía que me llamaban, pero no era nadie. Veía sombras entre los árboles, fantasmas desdibujados que acompañaban a los cientos de zombis que aún estábamos ahí, con un mismo objetivo: llegar, llegar de una vez. Hacía tiempo que se había acabado la batería de mi Garmin. No sabía la hora ni donde estaba. No quería hablar con nadie ni escuchar ninguna conversación. Los diálogos se limitaban a la información de los kilómetros que quedaban hasta el final, en una cuenta atrás llena de agonía para muchos. En medio de la noche, los frontales de quienes todavía estaban en la montaña formaban una hilera de luz, como un gusano gigante que desciendese desde lo alto hacia la ciudad. La imagen era impactante.
A un kilómetro de la meta de repente se esfumó el dolor. Aparece alguien que no conoces, que vuelve a su casa a las cuatro de la mañana, en una calle solitaria de Segovia. Te anima por tu nombre, escrito en el dorsal. Oyes decir "vamos, valiente, la meta está ahí abajo, ya has llegado". Mi cuerpo quería correr, volar, sabiendo que era el último esfuerzo, que daba lo mismo llegar sin aliento, porque ahí, a cuatro minutos estaba el final. Corrí cuanto pude, cuesta abajo, dejando atrás a mis compañeros, en un gesto que seguramente era insolidario. Pero mi cabeza se rindió en ese momento, lo lógico y lo ético dejaron de existir. Crucé la meta oyendo aplausos, sin sensación de cansancio. Sin sensación, en realidad, porque ya no sientes tu cuerpo.
Y vi que era cierto, que lo único que necesitas cuando acabas una carrera de cien kilómetros es que alguien te felicite y te de un abrazo.
Gracias a Juan A. por tu valor, a Juan, por tu fortaleza, a Jorge, por tu aparición providencial, a Raúl por tu generosidad, a Ana, Manu, Belén, Rita, Ainhoa, Alberto, Diego, Yolanda, Emilio, Pedro, Eduardo, Juan Carlos, por vuestros ánimos y vuestras presencias reales y virtuales, a Claudio por creer y esperar.
Muy buena crónica, Katia, llena de vida y de sentimientos. Mi más sincera Enhorabuena de nuevo. Sabes lo peor de esto?, que ya no vas a parar!. XD
ResponderEliminarGracias Raúl. Intentaré llevar cierto equilibrio, porque esto del trail lleva veneno dentro.
ResponderEliminarEnhorabuena Katia, para mi fue un placer conocerte en esa situacion y poder acompañaros subiendo Fuenfria. Como te dije al despedirnos, espero que algun dia podamos compartir una carrera por completo.
ResponderEliminarEstando en Fuenfria se me paso por la cabeza acompañaros hasta Segovia, y realmente asi lo queria, lo que mas me apetecia era ver vuestra cara y por un momento sentir en mis carnes la emocion del que consigue lo que yo todavia no he conseguido... pero ni habia avisado a mi mujer ni sabia luego como volveria a Cercedilla a por mi coche.
Lo dicho, a disfrutar de vuestro momento. SOIS UNOS CAMPEONES
Gracias Jorge. No lo dudes que algún día compartiremos carrera.
EliminarHola Katia, me lo pasé muy bien en los ratos que estuvimos de charla, la verdad es que 20 horas dan para mucho. Para habernos conocido el mismo sábado la verdad es que hicimos buen equipo y lo llevamos bastante bien. Aunque no lo creas fuiste muy fuerte de coco (y de piernas) y seguro que te ha servido mucho para conocerte más a ti misma.
ResponderEliminarSeguro que nos vemos en otra(s) ;-)
Yo también creo que hicimos buen equipo. Un abrazo
EliminarHola Katia,
ResponderEliminarEnhorabuena por la carrera. Todo un logro, con el sufrimiento justo para querer volver a repetir… ¿cuándo?
No sé si llegaste a ver las fotos del 4º entrenamiento que colgué en el hilo de elatleta.com. Por si acaso, te dejo el enlace…
https://picasaweb.google.com/112357431107310850706/MS20124Entreno
Incluso entonces supiste sacar una sonrisa :)
Te enlazo en mi cuaderno para seguirte.
Eduardo
No había visto las fotos, gracias. Cualquiera diría que unos minutos después estaba tirada en el suelo sin poder ni sentarme... Menos mal que ese tema ya parece bajo control
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